Todo espacio puede ser observado, habitado o transitado. Todo espacio es un lugar de paso, un paso a dar, precedido de otro paso y a la espera de otro paso posterior. Todo espacio es un eslabón que nos remite, en su doble condición espacial-temporal, a un umbral. Un umbral con su antes y su después, con su afuera y su adentro.
Tanto el antes y el después, como el afuera y el adentro, diseñan el umbral. Y lo definen como su límite, donde se relacionan. Si en la reflexión anterior considerábamos un hotel como un espacio sin límites, ahora podemos añadir que (como todo espacio) es el propio límite de otros, la línea de contención (pero también de expansión), la línea de barrera (pero también de aventura), la línea de contorno (pero también de expresión) de todo lo que le es adyacente.
Una aproximación a la naturaleza de un espacio-umbral y a cómo se articula física y funcionalmente, podría ser la que evoca el patio o zaguán. En su libro “Córdoba interior. La vida desde el patio”, Victoria de Larriva y Francisco Riobóo lo explican así:

La situación normal de uso diario, y que evidencia la presencia de personas en la casa, es que la puerta de la calle se encuentra abierta o entreabierta y que la puerta interior permanece cerrada, con los distintos grados de opacidad o de trasparencias ya comentados. De esta forma, el zaguán pertenece más a la calle que al interior de la vivienda y las posibles relaciones de trasparencia entre patio y calle vienen establecidas por el diseño de la puerta o cancela interior”
La frontera entre el exterior y el interior, entre el visitante y el visitado o entre lo público y lo privado, no es un punto sin dimensión o una línea separadora, sino un espacio habitable. Habitable, no sólo en el sentido de ocupable, también lo es en el de vivible, precisamente por la “umbralidad” (o capacidad de ser un umbral) que lleva consigo. Y habitable y vivible también por ideas, por proyectos o por nuevas realidades que nos sorprendan.
NL
PD. La “umbralidad” de un hotel permite recrearlo como un espacio donde los humanos pueden desarrollar “su ser fronterizo” (en palabras de Eugenio Trías), humanizándolo y haciéndolo inclusivo.